Ella hace todo el trabajo de la casa y sube diariamente al monte en busca de leña para el fogón
Durante muchos años fue guía de peregrinaciones a Covadonga
Ribadesella. (De nuestro corresponsal, Pedro GONZALEZ.)
La puerta está medio entornada y deja escapar de la semipenumbra que oscurece la cocina los destellos de la luz eléctrica aún en la plenitud de la tarde.
Hemos llamado repetidamente, sin resultado.
En torno a nosotros unas gallinas picotean y se disputan la migas de pan que alguien arrojó en el camino. Rodeamos la casa. Es pequeña, casi diminuta, como las de los cuentos, las ventanas cuadradas, un estrecho balcón y hasta la estela desvaída de un penacho de humo escapándose por la chimenea.
De una finca vecina se acerca una mujer. Es María. Camina lentamente, con serenidad, las manos a la espalda y el cuerpo ligeramente encorvado bajo la carga de sus recién estrenados cien años.
Se para y nos mira con atención, los ojos cansados van de uno a otro varias veces y luego mueve la cabeza. No, no nos conoce; no sabe quién somos. Se lo decimos. Venimos a sacarle unas fotos para que salga en el papel, en el periódico.
¡Ah!, sí, ahora sí. Una sonrisa de niño travieso le baila en el rostro arrugado. Ya nos esperaba; fíjate, hasta tenía preparada una carga de leña. Porque ella quiere salir retratada con su carga de leña, igual que la que todos los días trae del monte para alimentar el fogón. Sobre sus espaldas, junto con la otra carga inseparable del tiempo.
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Todos los días va al monte por una carga de leña para el fogón |
Hemos venido a Santianes, a cinco kilómetros largos de Ribadesella, al borde del ría las tierras, las casas recostadas en el monte, para ver a María, a saber de estos nuevos primeros cien años suyos, quizá con la oculta esperanza de descubrir la fórmula mágica de algún elixir de la eterna vitalidad y ella, María Martínez Llovio, nos ha contado su secreto.
-Me levanto hacia las ocho de la mañana. Cuezo la comida para mí y cuido siete gallinas que tengo. Cuando llegasteis había ido a buscar unos "pitos" que se me marcharon y andan escondidos por algún matorral. También voy al monte a por leña y los miércoles a la villa. Algunas veces me cogen a mitad de camino y me llevan en coche, otras voy andando.
Así transcurren los días de María, entre el hogar, las gallinas, las cargas de leña, los saludables paseos de cinco kilómetros todos los miércoles y los recuerdos.
-Cuando era moza cosía por las casas de la villa. Ganaba dos reales y la comida, y, además como era dispuesta para ayudar en las labores caseras siempre me daban alguna propina. Esta casa la constui con mis ahorros. Teníamos dos prados pequeños, algúnanimal y críabamos todos los años un "gochín". Después de la guerra lo de comer por las casas se acabó a causa de la escasez de medios.
Está ahora en el umbral; la puerta parece hecha a su medida, como toda la cas, levandada a base de dos reales por coser por las casas. Los ingresos en la actualidad no son mucho más boyantes. Cuando se creó el subsidio de vejez para el campo no le alcanzaron sus beneficios por sobrepasar el límite de años para pagar las cuotas. Percibe únicamente ayuda de la beneficiencia, tresientas treinta pesetas al mes, que le abonan de muy tarde en tarde. La última vez el pasado me de junio.Se arregla el pañuelo mientra habla y deja las manos demayadas, blancas, sobre el negro de la falda. Tenemos que repetir y alzar la voz cuando le hacemos una nueva pregunta; el oído no responde como en tiempos atrás. Juguetea con los dedos nerviosos y en los ojos asoma un brillo malicioso.
-No me casé, aunque pretendientes no faltaron; pero era yo "pobre", ellos también y entre dos pobres qué íbamos a arreglar. Puede marchar para Cuba con uno con el que hablé cuatro años, pero...Viví con los padres hasta que murieron. Después sola, claro que en el pueblo siempre me ayudaron.
En la actualidad tengo muchos sobrinos.
Cuenta la sencillez de su vida, las personas buenas que ayudan, que la visitan. Ayer vino un obispo y le dio una medalla Espera,voy a enseñártela. Y como si fuera la cosa más natural del mundo penetra en la cocina y sube al piso superior por una escalera de mano apoyada en la pared, casi vertical. Con la misma facilidad desciende y nos enseña la medalla. El obispo le prometió, además, venir al homenaje el día 23, si le fuera posible.
-Va a venir mucha gente y las señoritas de muchos de la villa, porque yo guié a través del monte peregrinaciones a Covadonga. La primear vez que fui allá, en 1886, tenía yo catorce años; mi padre era labrante y trabajaba en la construcción de la basílica; ganaba 14 reales para pagar la pensión y mandar algo para casa. Un día llegó la notica de que uno de los labrantes se había matado al caer sobe él una piedra; yo estaba sola en casa y nunca había ido, pero nos había dicho mi madre que si algún día no estaba ella no guíasemos por la burra con la que iba a llevar la muda los sabádos; así que monté y eché a andar; poco a poco llegué a la plaza de la basílica y cual no sería mi alegría y la sorpresa de mi padre al encontrarlo comiendo.
Bastantes años más tarde, al terminar nuestra guerra, había un buen número de personas que tenían hecha promesa de ir a Covandoga. Unos andando, casi descalzos, otros sin hablar, etcétera. Se corrió la voz de que yo sabía muy bien el camino, y así salí un día guiando una peregrinación de cuarenta y una personas. En otra posterior fueron más de treinta.
Vuelve a entrar en la casa y trae hasta nosotros un cesto de manzanas. Nos invita a que cojamos, otra cosa no puede darnos.
Con la manzana guardada en el bolso, como un amuleto, le decimos adiós. Ella, María, María Xigar, como siempre la llamaron sus paísanos, se queda sola de nuevo con su carga de leña, su casa, sus siete gallinas y sus cien años jóvenes llegado el 6 de eneno. al igual que un renovado regalo de Reyes.
Fotos LOLO.
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